Mariano no siempre ha vivido en la calle. Dicen los que lo conocen desde hace muchos años, que cuando era joven trabajaba de electricista y se ganaba bien la vida. Se compró una bonita casa en la que vivía con su mujer y su hija y era un hombre feliz.
Pero un día, sin que nadie sepa porqué, empezó a beber. Cada día bebía más, hasta que llegó un momento en que no era capaz de trabajar. Cada vez tenía más deudas y maltrataba a su familia. Hasta que un día su mujer y su hija se fueron y Mariano perdió la casa por culpa de las deudas.
Desde entonces, se pasa el día sentado en la puerta de una iglesia pidiendo limosna. Come a veces en un albergue y se viste con la ropa que le dan allí. Todo lo que tiene cabe en dos bolsas que siempre lleva encima y suele dormir en un banco de la plaza.
Nunca se le ve sonreír, y la gente que pasea por la noche dice que llora algunas veces.
Es muy triste, porque se ve que no es mala persona, solo que ha tenido mala suerte.
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