En la plaza del ayuntamiento estaba sentado un perro; estaba muy triste, seguramente porque lo habían abandonado. Era un perro de raza y, al acercarme, vi su nombre en el collar, se llamaba “Chuqui”. Tenía el pelo corto y sucio, a trozos del color del carbón y a trozos del color de la nieve, o dicho más seriamente, de color negro y blanco. Tenía la cabeza pequeña y las orejas puntiagudas. Sus ojos eran marrones y el hocico gordo, con una boca grande y unos dientes afilados y amarillos. Las patas las tenía largas y el rabo fino como una tripa de chorizo.
Además de todo eso, tenía una expresión tonta y antipática, aunque cuando se puso de pie y comenzó a correr y a saltar, vi que eso sí se le daba bien.
Además de todo eso, tenía una expresión tonta y antipática, aunque cuando se puso de pie y comenzó a correr y a saltar, vi que eso sí se le daba bien.
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