En la parte más alejada de un gran océano, existía una pequeña isla que no aparecía en ningún mapa.
Sus habitantes la llamaban Isla Encantada. A simple vista era una isla como tantas otras, con su bosque, sus montañas, sus ríos, etc.. , pero en su interior había algo que la hacía distinta de cualquier otro lugar. El rey era un león, que llevaba siempre puesta una larga capa y su corona, la alcaldesa era una jirafa que iba a todos sitios con su vara de mando, los policías eran un grupo de ocho tigres, que además eran primos. Los comerciantes, el maestro, el cura, el banquero…, todos los habitantes eran animales. Había monos, elefantes, ardillas, avestruces…
Todos tenían bonitas casas y algunos tenían coche, aunque había un autobús conducido por dos monos (uno se encargaba del volante y otro de los pedales) que recorría la ciudad varias veces al día.
Llegué a Isla Encantada después de que el barco en el que viajaba naufragara. Lo primero que vi cuando abrí los ojos en el hospital fue a una hipopótama gordita que me sonreía, era la enfermera. Me dijo que no me preocupara, que no tenía ninguna herida grave. Yo no podía creer lo que estaba viendo.
Cuándo salí del hospital me encontré con una ciudad preciosa, con palmeras por todas partes y toda clase de animales, vestidos, unos con trajes, otros con chándal, haciendo una vida tan normal como la de cualquier ciudad que yo hubiera conocido. En Isla Encantada todo el mundo tenía su trabajo y eran felices. Además, todos eran muy amables conmigo. Incluso el rey, me invitó a cenar en su gran barco, y me regaló una insignia de la ciudad y cuando terminamos de cenar, me dijo que cogiese el timón. No me lo podía creer: ¡estaba conduciendo el barco de un rey león y tocando la sirena! ¡¡¡Puu, puuu, puuu!!!
-¡Pablo!, ¿no oyes el despertador?
Era mi madre, todo había sido un sueño.
Cuando me levanté de la cama, algo se me cayó del bolsillo del pijama. Era una insignia dorada con una palmera en el centro.
Todo había sido un sueño, o no.Llegué a Isla Encantada después de que el barco en el que viajaba naufragara. Lo primero que vi cuando abrí los ojos en el hospital fue a una hipopótama gordita que me sonreía, era la enfermera. Me dijo que no me preocupara, que no tenía ninguna herida grave. Yo no podía creer lo que estaba viendo.
Cuándo salí del hospital me encontré con una ciudad preciosa, con palmeras por todas partes y toda clase de animales, vestidos, unos con trajes, otros con chándal, haciendo una vida tan normal como la de cualquier ciudad que yo hubiera conocido. En Isla Encantada todo el mundo tenía su trabajo y eran felices. Además, todos eran muy amables conmigo. Incluso el rey, me invitó a cenar en su gran barco, y me regaló una insignia de la ciudad y cuando terminamos de cenar, me dijo que cogiese el timón. No me lo podía creer: ¡estaba conduciendo el barco de un rey león y tocando la sirena! ¡¡¡Puu, puuu, puuu!!!
-¡Pablo!, ¿no oyes el despertador?
Era mi madre, todo había sido un sueño.
Cuando me levanté de la cama, algo se me cayó del bolsillo del pijama. Era una insignia dorada con una palmera en el centro.
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