Había una vez un hombre muy anciano que cuidaba con todo su cariño de un pequeño jardín. Se pasaba las horas regando, podando y mimando sus preciosas flores.
Para él todas eran bonitas, pero había una planta que era muy especial; se la había enviado su hijo, que vivía muy lejos y hacía varios años que no se veían. Por más que abonaba la planta y estaba pendiente de ella, no conseguía que floreciera.
Una mañana, cuando ya casi había perdido la esperanza, al llegar al jardín vio que en la planta había florecido la flor más bonita que nunca había visto. Se puso de rodillas delante de ella y mientras la miraba con lágrimas en los ojos escuchó un ruido. Se volvió y vio a su hijo al final del jardín.
La flor había esperado a que estuviesen juntos para nacer.
La conclusión que he sacado de la lectura es que la mentira no sirve para nada. Es mejor decir la verdad, aunque creamos que vamos a salir perdiendo.
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